“Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas.” – Mario Benedetti
«He sido como un niño jugando en la orilla del mar, divirtiéndome al encontrar una piedra más suave o una concha más bonita que las ordinarias, mientras que el gran mar de la verdad permanecía sin descubrir ante mí.» – Sir Isaac Newton
Llevaba días a la deriva, navegando sin rumbo establecido, sin rutas preestablecidas. Buscaba un ideal, un estado de paz, una forma de percibir y de sentir. Un tesoro hundido en lo más profundo de sí. Entre sus enseres no había mapa, ni brújula; se guiaba tan solo por su intuición. No sabía en qué punto del trayecto se encontraba… pero sabía adónde quería llegar. Se preguntaba si sería cierto aquello que decían los antiguos sabios: «Da igual el camino que escojas, pues lo importante es recorrerlo».
Se deshizo de todas sus posesiones a cambio de este bote, todo lo aprendido lo regaló por los remos con los que hoy se propulsa. Es libre, pues ya no le queda nada que perder. Aprendió a no mirar a través de convicciones, de prejuicios o creencias adquiridas y por eso se sabía capaz de aprehender lo que estaba por vivir. Ya solo tenía lo que era.
Solo tengo todo lo que soy, solo soy aquello que hago.
David Criado
Me siento como aquellos vikingos que se hacían a la mar con la simple convicción de perseguir sus sueños, de encontrar nuevas tierras donde habitar, nuevos ideales que abrazar, nuevos horizontes donde ser.
Ellos no sabían si lo lograrían, pero no les frenaba en su empeño porque entendían que lo que realmente les transformaría era el viaje y no el destino.
Lo que da sentido a nuestras vidas, lo que nos transforma y desarrolla, es recorrer el camino que hayamos elegido. El camino es el fin en sí mismo. Un camino escogido, tan solo un medio.
Soy consciente de que llegar al destino no resolverá mis «por qués» esenciales, ni mis dudas existenciales. Pero saber hacia dónde me dirijo le aporta sentido, ilusión y motivación al viaje que realizo.
Además sé que la meta es solo un puerto más en el que descansar, disfrutar de los míos y compartir lo aprendido. De agradecer, de reflexionar, de preparar nuevas rutas y volver a zarpar. Un momento que, de nuevo, dejaré atrás.
Conociendo adonde quiero llegar, seré capaz de modificar el rumbo cada vez que descubra que estoy perdido.
El camino, sin embargo, me dotará de nuevos «cómos», de herramientas con las que superarme a mi mismo, de nuevas formas de percibir, de comprender y de hacer, de sentir y de ser. Tras el viaje, ya no volveré a ser el mismo. Algo en mi interior habrá cambiado. Disfruta hoy de mí porque mañana no seré el mismo.
Mediante la persecución y consecución de sus propósitos, el ser humano se transforma y eleva a un estado superior de sabiduría y espiritualidad.
Asimov
Y en este punto me hallo, mirando al cielo nocturno, despejado y estrellado, con la mente clara y un horizonte que perseguir. Sé que no está en mis manos inventar el sentido de mi vida, pero si el descubrirlo.
«El hombre nunca descubre nada, nunca supera nada o deja algo atrás, excepto a si mismo.»
Henry D. Thoreau
Acunado por el vaivén del océano, a veces me invade la calma y soy capaz de ver con claridad. Momentos de silencio, de ego suprimido, donde no existen preocupaciones ni expectativas, comparaciones ni juicios, pasado ni futuro. Siento que estoy completo siendo lo que soy, que estoy donde debo estar. Ausculto el silencio, agradezco y abrazo mi realidad. Siento que todo está en su sitio que todo es como debe ser, ya he llegado.
Lo único que está mal es tener la sensación de que algo está mal. No aceptar lo que nos sucede, pretender que lo que nos ocurra esté al servicio de nuestras querencias nos hace miserables.
Esto que comparto a continuación y que hoy te regalo, es lo que conseguido aprehender hasta este momento de mi viaje. Espero, querido lector o lectora que estas líneas te transformen y te hagan crecer tanto como a mí:
Malgastamos nuestro tiempo y energía formando y alimentando juicios, ficciones que habitan en nuestra mente y que apenas contienen una infinitésima parte de verdad. Mientras tanto, el tiempo pasa, las personas pasan y las oportunidades pasan sin que las podamos disfrutar. Y así la vida nos sucede y se nos escurre entre los dedos, sin que podamos encontrarle sentido.
Para salir de esa espiral debemos prestar atención a lo realmente importante, que no es más que entender que la vida es un regalo en si misma.
La vida es una obra de arte que no conocemos de antemano. Sorpréndete, pues, de cada nuevo color, asómbrate con cada pincelada y maravíllate de cada escena completada.
Y para lograrlo debemos trabajarnos, trabajarnos para renunciar al deseo (sobre como imaginamos que deberían ser las cosas y sobre como deberían comportarse las personas, sobre el yugo de nuestras aspiraciones, sobre cómo debería comportarse la vida para con nosotros,…), y para darnos cuenta de que todo lo que nos sucede forma parte de nuestra vida y que, por ello, es perfecto. Dejando de luchar insidiosamente contra el inasible devenir. Aceptando que todo los que nos ocurre es lo mejor que nos pudiera haber ocurrido, pues así se constata y seguirá constatándose por los siglos de los siglos.
Luchar insidiosamente contra lo que ha sucedido u oponerte insidiosamente a lo que tiene que ocurrir solo te desgarrará por dentro, te impedirá aprovechar este momento y disfrutar de aquellos que hoy están aquí.
Transitar este camino nos permitirá vivir momentos de gracia y felicidad genuina, y nos daremos cuenta de que lo maravilloso está en lo ordinario, en el presente, en lo sencillo. En ese rayo de luz que cruza la habitación y en la sonrisa de un niño, en la amabilidad desinteresada de un desconocido y en el abrazo sincero de un ser querido. Y descubriremos que lo único que está mal, es tener la sensación de que algo está mal.
Me he dado cuenta de que lo realmente importante no es alcanzar la felicidad a toda costa. Es más, empiezo a pensar que la búsqueda incesante de estos momentos es uno de los males de la sociedad actual, pues nos hacen sentir incapaces, inferiores y miserables cada vez que no conseguimos alcanzarlos y profundamente vacíos cuando una vez consumidos, nos abandonan.
La felicidad no debe ser tratada como un fin, ni tan siquiera como un medio, puesto que tan solo es una consecuencia. Una consecuencia de un estado genuino de paz, de serenidad y de confianza. Un estado que nace de conocer quiénes somos, de aceptarnos y amarnos con nuestros defectos y virtudes, de sabernos pasajeros de este mundo indómito y de tener la firme convicción de que seremos capaces de sobreponernos a cualquier vicisitud que esté por venir, pues nada ni nadie podrá, si no queremos, si no nos dejamos, perturbar nuestro yo interior.
Lo externo, lo que nos depara la vida, no depende de nosotros. La vida puede cambiar completamente de un momento a otro y solo aceptando esto hallaremos paz. Sin embargo, lo interno, nuestro estado de ánimo, nuestra personalidad, nuestra actitud ante las vicisitudes,… si dependen de nosotros y, si no queremos, si no nos dejamos, no podrán alterarlas. Es aquí donde reside nuestra fuerza, de donde nace nuestra confianza, nuestra «Tranquilidad de Espíritu».
«Tranquilidad de Espíritu», ese es mi destino, ese es el tesoro enterrado dentro mí, y en ti y en cada uno de nosotros.
Para iniciar la búsqueda de nuestra «Tranquilidad de espíritu», debemos tener en mente las siguiente cuatro palabras: «atención y acción, renuncia y aceptación»:
Atención para redescubrir lo que es realmente importante en la vida y Acción para encaminarnos hacia ello. Renuncia para deshacernos de todos aquellos pensamientos o situaciones que nos subyugan, impidiéndonos disfrutar de ella. Aceptación de todo aquello que nos sucede sin que haya nada que podamos hacer.
Recuerda:
«En la confianza en uno mismo están comprendidas todas las virtudes.»
R.W. Emerson