Había pasado sus últimos años construyendo una fortaleza de papel. Había atado sus manos con cuerdas de papel, forrado su cuerpo con láminas de papel, confinado su alma en una caja de papel. Pero el papel no pudo protegerle… En la soledad de su crisálida blanca, solo halló frío, solo encontró vulnerabilidad.
Las agujas del reloj señalaban las 8 cuando los más regazados veían la granja alejarse por el retrovisor. No solían visitarlo a menudo y las pocas veces que lo hacían, era por decoro. En la soledad de su casa de campo, distraído, encendió su pipa sin percatarse de las escasas hebras de tabaco de vainilla que ocupaban el fondo y se sentó en la mecedora que antaño solía mecer a su mujer.
– Otro dichoso atardecer… – se dijo, como si conociendo el final de todas las historias, estuviese condenado a revivirlas un día tras otro; aburrido de la vida.
Pasaron algunos minutos hasta que el aroma a vainilla y el silencio evocaron el recuerdo de algunos momentos felices del pasado. Recordaba a su mujer bailando, con su vestido blanco de topos azules, sonriendo en cada giro; a él jugando con sus hijos, saltando en cada charco, regresando a casa llenos de barro; a sus nietos disfrutando de los veranos en la casa de la playa,… Abandonándose a ellos, empezó a sentirse cada vez más nostálgico, hasta que finalmente se preguntó: – ¿Qué hice mal?. ¿En que momento empecé a alejarme de aquella maravillosa vida? -.
Sin hallar respuesta, continuo reprendiéndose por antiguos errores cometidos muchos años atrás, culpándose por no haber sabido actuar de mejor manera, hasta que la tristeza y la angustia lo asaltaron desprotegido.
– Apenas recuerdo la última vez que fui feliz -. Se quedó pensativo, mirando al cielo mientras se balanceaba pausadamente en la mecedora de mimbre. Y apurando las últimas briznas de aquel tabaco, continuo su charla muda – ¿Cuantos años habrán pasado desde la última vez que me sentí realmente bien conmigo mismo?, ¿que me sentí aceptado?, ¿…valorado?, …, ¿…querido? – Esta vez la verdad sobrevino y las lagrimas empezaron a brotar de sus hermosos ojos. – Quizá demasiados… -.
En ese instante fue consciente de que había malgastado los últimos años de su vida aparentando no ser débil. De que por temor a sentirse herido, había estado viviendo tras una máscara de papel, pretendiendo ocultarse de un enemigo inexistente. ¡Pero tras su antifaz los demás no podían reconocerle!. Solo veían a una careta representando una obra sin sentido, pues no había calidez, no había persona, tan solo una marioneta que deambulaba por el mundo con grotescos movimientos ortogonales, estremeciéndose cada vez que alguien rozaba su fortaleza de papel.
Y fue entonces cuando se dio cuenta de que el papel no podría protegerle, de que su fortaleza era un sinsentido, porque la amenaza no estaba fuera, estaba dentro; en su corazón.
¿Qué significa ser fuerte? ¿Podemos hacer algo para serlo?, ¿para salir de nuestros castillos y empezar a ser «personas»?
Querido lector, he querido introducir este artículo con un relato que mostrase que los males que sufrimos no son causados por un destino cruel contra el que no podemos más que aceptar su devenir, sino que somos responsables de los mismos (por supuesto, tengamos presente la diferencia entre dolor y sufrimiento), me explico:
Las penas que vive durante años el personaje del relato se deben a su reacción frente a una situación, que aún pudiendo haber sido grave e inesperada, produce un cambio en su comportamiento. Este cambio en su conducta provoca que los demás no quieran estar a su lado. El personaje, tras rememorar un momento de duelo (ve alejarse de nuevo a sus seres queridos) se da cuenta de que no puede cambiar lo sucedido, no puede cambiar el mundo, y emerge el pensamiento de que quizá sea él mismo el que tenga que cambiar para, finalmente, aceptar su responsabilidad. Este momento, es un punto de inflexión en su realidad porque le habilita para tomar parte en ella, le dota de las herramientas con las que trabajarse y labrar su felicidad.
«Cuando nos enfrentemos a alguna dificultad, o nos sintamos inquietos o tristes, no deberíamos hacer responsable a otro, sino a nosotros mismos, es decir, a nuestros juicios sobre lo ocurrido» – Epicteto
Quiero hacer hincapié en que lo que aflige a los hombres no es lo que les sucede, no son los acontecimientos que viven, sino la forma en que enfrentan esas situaciones. Por ejemplo dos hermanos viven en la misma familia desestructurada, sin madre desde los 5 años y con un padre alcohólico. Uno de ellos en la adolescencia se da a las drogas y acaba muriendo tirado en la calle; el otro saca fuerzas para alejarse de esa situación, consigue rehacer su vida, y acaba convirtiéndose en un hombre feliz, con una mujer maravillosa a su lado a la que ama con locura.
Entonces, ¿si no es la circunstancia lo que marca la diferencia…, qué es? Ellos vivieron la misma realidad pero no la experimentaron de la misma forma. La actitud que tuvieron frente a lo que les sucedió fue lo hizo que tomasen caminos tan distintos.
Tener esa visión del mundo que te automotiva para lograr sobreponerte a las circunstancias es lo que marca la diferencia. A esa visión del mundo se le llama fortaleza.
El modo y la intensidad con la que experimentamos nuestra realidad da forma a nuestra personalidad y dirige nuestros actos. Esta experimentación la llevamos a cabo a través de juicios y sobre los juicios podemos trabajar. Este es el gran secreto, repito: siendo conscientes de los juicios que hacemos y trabajándolos, podemos cambiar nuestra realidad y la de quienes nos rodean.
«Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos. Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino.» ― Mahatma Gandhi
Pero, si hay un camino que recorrer que nos ayudaría a apaciguar nuestros males, ¿por qué generalmente no lo hacemos?
He tenido la oportunidad de conversar con varias personalidades del desarrollo personal sobre este asunto y las respuestas que he obtenido giran alrededor de dos premisas: desconocimiento y miedo. La mayoría de las personas desconocen que pueden «aprender a vivir». El resto, una vez que se sumergen en ellos mismos y descubren situaciones difíciles, no reúnen el suficiente valor para enfrentar las consecuencias. Imaginaos, por ejemplo, que después de una década de matrimonio y de hijos en común, descubrís que no amáis a vuestra pareja… No siempre es fácil cuidarnos a nosotros pero os diré algo, si no lo hacemos, tarde o temprano habrá consecuencias para nosotros y para todos los que nos rodean. ¿O creéis que podríais hacer felices a vuestros hijos si vosotros no lo sois primero? Yo creo que nadie puede dar lo que no tiene ni ser lo que no es.
Desde pequeños nos educan en toda suerte de ciencias pero no en la más importante: saber vivir y disfrutar de la vida. Aprender a encargarnos de nosotros mismos, a afrontar situaciones de un modo sano y a actuar conforme a nuestro bienestar. Y es que, cómo le dijo Thoreau a Blake en una de sus cartas:
«Los hombres y los jóvenes aprenden todo tipo de oficios, pero no cómo convertirse en hombres» – H.D. Thoreau
Hoy quiero compartir con vosotros algunas herramientas y facultades que debemos trabajar para salir de nuestros castillos de papel y empezar a hacernos cargo de nosotros mismos, a ser fuertes.
¿Qué cualidades posee una persona para poder llamarla «Hombre/Mujer»?
Un «hombre» es aquel que…
Aquel que sabe tomar distancia para verse a si mismo:
Para ver su comportamiento, como reacciona frente a determinadas circunstancias, como actúa,… Para aprenderse a si mismo.
Aquel que sabe escucharse:
Pararse a sentirnos, a escuchar lo que nos dice nuestro interior. Somos razón e intuición, si nos prestamos suficiente atención descubriremos respuestas extraordinarias.
Aquel que es consciente de sus sentimientos y emociones, los comprende y trabaja sobre ellos:
Al escucharnos, nos vemos por dentro y nos posibilitamos para dar nombre a nuestras emociones. Una vez nombradas, las hemos racionalizado y podemos trabajar sobre ellas. Os recomiendo haceros con un mapa de emociones que os ayude a descubrir y a posicionar las vuestras.
Aquel que es compasivo consigo mismo:
«Erramos porque somos humanos, si fuésemos perfectos seríamos Dioses.» Saber perdonar nuestros errores es fundamental para poder avanzar.
Aquel que no se deja afectar por sus acciones pasadas:
Acepta las consecuencias de tus errores. Encárgate de ellos sin procrastinar. Una vez zanjados, sigue adelante. No vivas acumulándolos.
Aquel que aprende de sus errores:
Entender cual ha sido el motivo del fallo nos ayuda a no repetirlos en el futuro.
Aquel que se dedica tiempo para crecer:
¡Para!, bájate del mundo un instante, dedícate tiempo. Pasea por la naturaleza, medita o habla contigo mismo. Tú eres lo más importante en tu vida.
Aquel que conoce sus fortalezas y sus debilidades y trabaja sobre ellas:
Borremos de nuestra mente el «yo soy así y así seguiré». Trabajemos aquellos comportamientos que no nos gusten de nosotros mismos y pulamos nuestros puntos fuertes para sacarles el mayor partido posible.
Aquel que sabe establecer límites y protegerse a si mismo:
No somos el vertedero emocional de nadie ni tenemos que soportar que nos falten al respeto. Traza una firme linea frente a estos comportamientos. Se asertivo.
Aquel que comprende que hay situaciones que dependen de él y otras que no y actúa o se trabaja en función de la ocasión:
En ambos casos, la pelota está en nuestro tejado. Si depende de nosotros tendremos que decidir que hacer y hacerlo. Si no, tendremos que trabajarnos para aceptar la realidad.
Aquel que se no se avergüenza de ser quien es, ni se recrimina por sus sentimientos y emociones:
Porque ellos son los que nos hacen únicos y auténticos (y, por si no os habíais dado cuenta, con ellos enamoramos):
Yo nunca seré de piedra.
Lloraré cuando haga falta.
Gritaré cuando haga falta.
Reiré cuando haga falta.
Cantaré cuando haga falta.
Rafael Alberti
Aquel que se cuida y respeta a si mismo:
Recuerda que tú eres lo más importante en tu vida. Respétate para que los demás puedan aceptarte, cuídate para que los demás puedan valorarte, ámate para que los demás puedan quererte.
Esta lista, aunque incompleta por su naturaleza, marca el primer hito del sendero que empezamos a recorrer juntos en Principia II. Un conjunto de habilidades que trabajar para dejar de ser esculpidos por las vicisitudes de la vida y empezar a tallarnos, para ser dueños de nosotros mismos, para tomar las riendas de nuestro propio destino.
Ahora que ya sabes cual es el camino, la elección está en tus manos:
¿empezamos a Vivir?
Comparto con vosotros la canción que escuchaba mientras escribía esta entrada, para quien quiera oírla:
La deriva – Vetusta Morla
«He tenido tiempo de desdoblarme y ver mi rostro en otras vidas…»