El ejercicio más fructífero y natural de nuestro espíritu es, a mi juicio, la conversación. Encuentro su práctica más dulce que cualquier otra actividad de nuestra vida.
Michel de Montaigne
En casi todas las conversaciones que mantengo con personas que viven relaciones conflictivas, hay una pregunta que suelo hacer: –¿Es importante esa persona para ti?-. Si tras indagar, descubro que la respuesta es –No, no lo es-, les recomiendo dejar de vivir la situación con apego, aceptar que la otra persona actúa de la mejor manera que puede y, suelo hablarles de aquella máxima de Epícteto que nos recordaba que nuestros sentimientos son nuestros y no debemos dejar que las palabras de los demás nos afecten. Si por otro lado, descubro que la respuesta es –Si, lo es-, mi consejo es hacer conocedora a la persona implicada de como les hace sentir. Si una vez siendo conocedoras, siguiesen actuando del mismo modo, la pelota volvería a estar en nuestro tejado, y sería adecuado seguir las recomendaciones de la respuesta negativa. Pero tengo que deciros algo increíble, ¡en el 90% de las ocasiones, la relación mejora!
Hoy he vivido está situación personalmente y, siendo consecuente conmigo mismo, tras reconocer que esta persona me importaba, me he armado de valor y he ido a hablar con ella.
Me gustaría compartir con vosotros como he vivido este momento porque, pese a distar largamente de haber sido perfecto (ni podía pretender que lo fuese), creo que podría servir de guía cuando os encontréis en una situación semejante. Allá voy:
Tras haberme sentido molesto en varias ocasiones con esta misma persona, hoy tomé la decisión de vivir la situación con apego y tomar cartas en el asunto por varios motivos: porque me estaba empezando a afectar emocionalmente, porque como dije es una persona a la que aprecio y no quería que se rompiese la relación, y porque estaba convencido de que lo hacia inconscientemente.
Una vez tomada esta decisión, me he tomado unos instantes para elegir cuidadosamente las palabras y las frases que quería transmitir (para no ofender, para tratar a la persona con respeto y para dejar a un lado mi «ego» y poder acercarme siendo «pequeño») y he imaginado como se sentiría al escucharlas.
Una vez elegidas, le he pedido cinco minutos de su tiempo y cuando ambos hemos podido, hemos conversado en privado.
He empezado expresándole mi gratitud por su labor, recordando lo importante que es que esté allí. Después le he hecho saber que me hacia sentir mal con algunos de sus comentarios y, siendo lo más específico posible, he explicado cuando se daban estas situaciones, utilizando ejemplos reales de los mismos. También he intentado poner algunos ejemplos de que podría hacer para actuar sin herirme.
Enseguida ha expresado que no era consciente de como me hacia sentir, se ha disculpado y me agradecido el haberlo hablado. Se ha comprometido a hacer todo lo posible por cambiar ese hábito.
Me he despedido con un abrazo.
¿Por qué es importante expresar nuestros sentimientos?
- Porque no hacer partícipe a la otra persona crea odio, rencor y ansiedad.
- Porque en el 95% de las ocasiones las personas no son conscientes de como nos hacen sentir y es nuestra obligación hacérselo saber.
- Porque acerca a las personas y crea vínculos sólidos entre ellas, generando confianza y respeto.
- Porque demuestras aprecio por ti mismo y refuerza el autoestima.
- Porque sana la relación y quedas en paz contigo mismo.
- Porque creces y haces crecer.
Con este escrito quiero animaros a reunir el coraje y la fuerza de voluntad suficientes para conversar libremente con alguien que os haya hecho sentir mal. Porque estoy convencido de que hallareis comprensión. Porque no somos tan diferentes, porque las palabras curan.
Y recuerda:
No eres tú contra la otra persona, sino los dos contra el problema.